martes, 12 de octubre de 2004

Hay muchas cosas que me ponen los nervios de punta: que me toquen la cara, especialmente la nariz, que me abrace un payaso o una botarga, pasar junto a un corral de cerdos y bajar una escalera por primera vez. Pero si hay algo que, además de ponerme los nervios de punta me saca totalmente de mis casillas, me histeriza y me provoca el llanto (sí, toda esa mezcla de emociones) es estar en medio de una acalorada discusión. La sweet roomie y la sexy festive roomie, que además de compartir una habitación, un empleo a medio tiempo y un perro son hermanas, se agarraron del chongo -literalmente- el domingo por la noche, y todo por asuntos de dinero. Que si lo que les mandan los papás va a partes iguales, que si una trabajó dos días y le corresponde la parte proporcional del sueldo semanal, que si una le debe dinero al novio de la otra, que si la otra tomó dinero de la cartera de la una... y como a gritos, lloriqueos y reclamos no llegaron a un acuerdo, optaron por la agresión física. No hay nada más patético que una pelea entre mujeres. Mejor dicho, sí lo hay: que esa pelea sea en tu casa, en tus narices y que no puedas hacer nada al respecto. La rock star roomie optó por ignorarlas, pero al darse cuenta de mi estado de desesperación intentó separar a los energúmenos echándoles un rollo de que la mala vibra afecta el alma y ondas esotéricas por el estilo. Yo sólo pedí que fueran más conscientes y que si se querían matar, lo hicieran en horarios de oficina y no cuando uno está a punto de irse a dormir... Es que iniciar la semana de ese modo no es para nada lo más recomendable, bojojojo!

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