martes, 22 de junio de 2004

Hace un par de semanas surgió un malentendido en mi círculo de amigos. Hubo un valiente que se atrevió a poner las cartas sobre la mesa y gracias a él emprendimos una dolorosa reconstrucción de hechos. Parece que todo se está arreglando, parece que todos somos lo suficientemente maduros como para aceptar que podemos equivocarnos, que se nos puede soltar la lengua y que podemos dañar a los demás.

Lo más triste del caso -para mí- es que todos me han recomendado poner cierta distancia entre el bebé y yo, al menos hasta que todo se aclare TOTALMENTE. Ahora me doy cuenta que lo necesito mucho más de lo que imaginaba, pero al mismo tiempo me agobia no saber lo que él piensa.
Yo no creo que el esté directamente involucrado en el problema (llamémosle así) puesto que es sumamente reservado con sus comentarios y opiniones acerca de terceros. No creo que ÉL haya dicho nada -ni de él, ni de mí, ni de nosotros ni de nadie-. Lo creo y pondría las manos en el fuego por eso.
Pero los demás creen que me estoy dejando llevar por lo que sea que sienta hacia él. Puede que tengan un poquito de razón, pero no creo ser tan tonta (o inocente, como ellos me dicen) como a veces creo que me ven. Es cierto que en cuestión de sentimientos no me voy a medias tintas: o todo o nada; que creo demasiado en la gente y voy por la vida como si todo el mundo fuera bueno, pero eso no me hace el blanco perfecto de la gente "mala". Agradezco que mis amigos me cuiden, pero en este caso específico siento que ellos no creen que me pueda cuidar sola. Estoy de acuerdo en que ya me la hicieron un par de veces, que algunas personas no entendieron el valor de las palabras (o lo entendieron tan bien que lo usaron para engañarme), pero no quiero vivir a la defensiva sólo porque tuve algunas malas experiencias.

Me molesta tener que ver a la gente a través de los ojos de los demás. Ya quiero que se acabe este periodo de aclaraciones porque necesito hablar con él sin intermediarios.

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